viernes, 27 de julio de 2012

Proyectos para ciudadanos irracionales


Desde hace unos 150 años, al hablar de conceptos económicos nos referimos a nosotros mismos como “homo economicus”.

La definición oficial (como toda definición oficial, tomada de wikipedia) dice:

“Homo œconomicus (Hombre económico en latín; transcrito economicus u oeconomicus) es el concepto utilizado en la escuela neoclásica de economía para modelizar el comportamiento humano. Esta representación teórica se comportaría de forma racional ante estímulos económicos siendo capaz de procesar adecuadamente la información que conoce, y actuar en consecuencia.

Homo economicus se considera racional en el sentido que el bienestar, tal como se define en la función de utilidad, es optimizado según las oportunidades percibidas. Es decir, el individuo trata de alcanzar objetivos muy específicos y predeterminados en la mayor medida posible con el menor coste posible.”

En resumen, cuando hablamos en términos económicos asumimos que las personas son racionales y que siempre eligen lo que saben que es mejor para ellos.

Hasta hace unos 30 o 40 años, todas las críticas a este modelo apuntaban a decir que se estaba asumiendo que las personas sabían mucha microeconomía y están plenamente informados antes de tomar decisiones. Otra crítica está basada en
el altruismo que muestran algunas sociedades, aunque esto podría ser explicado si se cambiara la función de utilidad de la persona (es decir, a la gente le gusta ser buena, y a veces pueden preferir gastar tiempo o plata en ayudar a otros porque se sienten bien, pero esto no es necesariamente irracional, sino que es racional pero considerando objetivos distintos).

En los últimos años, las críticas a este modelo, que más que críticas son pruebas casi irrefutables de que este modelo es erróneo, vienen desde otro razonamiento, a través de una disciplina conocida como “behavioral economics”, cuya definición oficial (de nuevo, de wikipedia, pero esta vez tomada del inglés y traducida por mí ya que no me gustaba la definición en español) es “la disciplina que estudia el efecto de factores sociales, cognitivos y emocionales en las decisiones conómicas de individuos e instituciones y sus consecuencias en precios de mercado, retornos y asignación de recursos. Normalmente integra puntos de vista tomados de la sicología con teoría económica neo clásica”.

Algunos ejemplos interesantes de esta disciplina se pueden ver en estos libros (recomiendo los algunos de los que he leído, que no son necesariamente los mejores pero me gustaron, pueden recomendar más en los comentarios):
  • Thinking, Fast and Slow: de Daniel Kahneman, psicólogo que ganó el Premio Nobel de Economía, donde argumenta que hay dos sistemas de pensamiento coexistiendo en la toma de decisiones, uno lento, racional, y otro rápido, instintivo.
  • Predictably Irrational: del profesor del MIT Dan Ariely, donde muestra que no sólo la gente es irracional (cosa que con salir a la calle ya podríamos danos cuenta), sino que muchas veces es esperable y predecible que nos comportemos irracionalmente.
  • How We Decide: de Jonah Lehrer, donde  utilizando los últimos descubrimientos de neurociencia explica la manera en que tomamos decisiones.
  • The Power of Habit: de Charles Duhigg, que explica que muchas de las decisiones que tomamos no son producto de un razonamiento analítico sino de hábitos adquiridos y formados a lo largo del tiempo.

Esta disciplina de behavioral economics demuestra que no somos racionales y que la manera en que tomamos decisiones no es racional (lo que se nota en algunos más que en otros).

La pregunta, entonces, es: ¿debemos considerar esta irracionalidad intrínseca de las personas al momento de evaluar proyectos y de escoger entre distintos proyectos para decidir en cuáles invertir?

El profesor Herberger (http://en.wikipedia.org/wiki/Arnold_Harberger), prácticamente el creador de la evaluación social de proyectos de la forma en que se aplica en Chile y muchos otros países, me ha dicho varias veces que tengo que, al pensar en estos temas de evaluación, debo dejar de pensar como sicólogo y pensar como economista (lo que, dado que soy ingeniero, me resulta sumamente complicado, al igual que a cualquiera que no sea economista).

¿Cuál es la diferencia en la práctica? Por ejemplo, un caso que ya mencioné anteriormente. En un país que sufrió recientemente un atentado terrorista y la gente vive con miedo a que se repita, ¿se debe invertir en medidas para disminuir el riesgo de otro atentado o mejor invertir en seguridad vial, lo que permitirá salvar más vidas, a pesar de que la gente no piense constantemente en esto?

Dado que en algunos casos al evaluar proyectos consideramos el ahorro (objetivo) de recursos, mientras que otras veces consideramos la (subjetiva) disposición al pago de las personas (pueden leer como ejemplo de esta dicotomía mi artículo anterior sobre valor del tiempo), creo que es un tema cuya respuesta correcta (si la hay) no es tan clara y que se puede argumentar racionalmente (¿o irracionalmente?) por ambas visiones.

Los invito a comentar al respecto.

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