viernes, 30 de noviembre de 2012

No hay almuerzos gratis


There ain't no such thing as a free lunch, o, en castellano, no hay almuerzos gratis. Frase que hace referencia al almuerzo gratis que se ofrecía en los bares en los años 30 y 40 para que la gente fuera y consumiera bebidas, y fue hecha famosa por Milton Fridman en su libro de 1975.


En julio de este año, en medio de la campaña presidencial en USA, uno de los candidatos, Mitt Romney, dio un discurso que generó mucha polémica. En este, decía una frase que, si bien en términos e campaña electoral puede sonar fría, distante y hasta un poco despectiva, no deja de tener algo de verdad, y puede ser muy relevante en la evaluación social de proyectos.

La frase en cuestión:
“Recuérdenles esto, si quieren más cosas gratis del gobierno díganles que vayan y voten por el otro tipo – más cosas gratis. Pero no se olviden, nada es realmente gratis”.

Esta idea refleja un cambio que, a mi juicio, se ha ido observando en la sociedad en los últimos 10 años. Antes, se valoraba el esfuerzo, el sacrifico, la capacidad de ahorro. Ahora, la gente quiere todo gratis.

Personalmente creo que esto tiene dos orígenes: el fomento de la piratería gracias a Internet (por lo que ya no tenemos que pagar por software, música, películas, libros, etc.) y el fomento del comercio internacional, la apertura económica y el surgimiento de las economías de Asia, gracias a lo que podemos conseguir muchas cosas, si bien no gratis, a precios impensados un par de décadas atrás.

Pero bueno, el origen no es tan relevante como el efecto en sí. Vivimos en una sociedad en que la gente no está dispuesta a pagar por muchas cosas:
  • Exigimos vivienda gratis: todavía no he podido entender por qué después del terremoto la gente le exigía una casa el Estado… está bien pedir, pero exigir?.
  • Exigimos salud gratis.
  • Educación gratis: lo que no sólo es ineficiente en términos de uso de recursos, es también injusto.
  • Transporte gratis: no pagar el pasaje de Transantiago va mucho más allá de la calidad de servicio. Nos molesta pagar las autopistas urbanas porque hay taco, sin entender que en realidad el pago es por el uso de la infraestructura.

Lo que es más extraño aún, los que exigen educación gratis tienen celulares bastante caros desde donde comentan mientras marchan. Los que no pagan los pasajes de Transantiago, usan zapatillas cuyo precio equivale a varios meses pagando pasajes ida y vuelta todos los días.

Esto hace pensar que, quizás, la gente está dispuesta a pagar por productos, incluso mucho más que antes, pero no por servicios. Podemos escuchar canciones pirateadas, bajadas gratis de Internet  mientras usamos celulares o audífonos carísimos para hacerlo.


Y ¿cómo afecta esto la evaluación social? Esta semana fue el Congreso Nacional de Concesiones, organizado por COPSA. En él, un expositor mencionó un proyecto que no pudo realizarse ya que sus potenciales usuarios, muchos de ellos gente de ingreso alto, no estaban dispuestos a pagar peaje por algo que ahora hacían gratis (ni siquiera considerando que el nivel de servicio mejoraría considerablemente con el proyecto, y los tiempos de viaje disminuirían).

Al mismo tiempo, en las autopistas urbanas y algunas interurbanas, hay niveles de congestión elevados y la demanda parece casi completamente inelástica.

Esto presenta un desafío mayor. Si bien siempre existió incertidumbre al estimar la demanda que enfrentará cualquier proyecto que uno realice, esta dualidad en la disposición a pagar de las personas, en que en algunos casos no estamos dispuestos a pagar nada, mientras que en otros casos la tarifa es prácticamente irrelevante ya que pagaremos de todas formas, hace que predecir la cantidad de usuarios y beneficios que tendrá un proyecto sea mucho más difícil.

Por esto, las estimaciones de demanda, si bien son muy relevantes, no deben ser lo único a considerar. Se debe ser precavido ya que no es beneficioso que un proyecto no tenga los beneficios que se había estimado que tendría, ni tampoco es beneficioso que se inaugure un nuevo proyecto y ese mismo día ya vea sobrepasada su capacidad.

Y para finalizar, retomo un punto tratado anteriormente (ver aquí).

La semana pasada tuve el agrado de ir a las presentaciones de algunos proyectos evaluados por alumnos en un curso de Evaluación Social de Proyectos en una universidad. En los tres me pareció ver el mismo fenómeno, que también puede observarse en profesionales dedicados por mucho tiempo al rubro. En estos tres casos, los alumnos hicieron sus estimaciones de demanda lo mejor que pudieron con la información que tenían disponible y evaluaron el proyecto en base a esto. Lo que eché de menos, es que en ningún caso se cuestionaron los resultados obtenidos. No se preguntaron si eran coherentes, razonables.

En las palabras de un gran economista, la evaluación social es mucho sentido común con un poco de economía, pero, como dicen, el sentido común es el menos común de los sentidos.

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