There ain't no such thing as a free lunch, o, en castellano,
no hay almuerzos gratis. Frase que hace referencia al almuerzo gratis que se
ofrecía en los bares en los años 30 y 40 para que la gente fuera y consumiera
bebidas, y fue hecha famosa por Milton Fridman en su libro de 1975.
En julio de este año, en medio de la campaña presidencial en
USA, uno de los candidatos, Mitt Romney, dio un discurso que generó mucha
polémica. En este, decía una frase que, si bien en términos e campaña electoral
puede sonar fría, distante y hasta un poco despectiva, no deja de tener algo de
verdad, y puede ser muy relevante en la evaluación social de proyectos.
La frase en cuestión:
“Recuérdenles esto, si quieren más cosas gratis del gobierno
díganles que vayan y voten por el otro tipo – más cosas gratis. Pero no se
olviden, nada es realmente gratis”.
Esta idea refleja un cambio que, a mi juicio, se ha ido
observando en la sociedad en los últimos 10 años. Antes, se valoraba el
esfuerzo, el sacrifico, la capacidad de ahorro. Ahora, la gente quiere todo
gratis.
Personalmente creo que esto tiene dos orígenes: el fomento
de la piratería gracias a Internet (por lo que ya no tenemos que pagar por
software, música, películas, libros, etc.) y el fomento del comercio
internacional, la apertura económica y el surgimiento de las economías de Asia,
gracias a lo que podemos conseguir muchas cosas, si bien no gratis, a precios
impensados un par de décadas atrás.
Pero bueno, el origen no es tan relevante como el efecto en
sí. Vivimos en una sociedad en que la gente no está dispuesta a pagar por
muchas cosas:
- Exigimos vivienda gratis: todavía no he podido entender por qué después del terremoto la gente le exigía una casa el Estado… está bien pedir, pero exigir?.
- Exigimos salud gratis.
- Educación gratis: lo que no sólo es ineficiente en términos de uso de recursos, es también injusto.
- Transporte gratis: no pagar el pasaje de Transantiago va mucho más allá de la calidad de servicio. Nos molesta pagar las autopistas urbanas porque hay taco, sin entender que en realidad el pago es por el uso de la infraestructura.
Lo que es más extraño aún, los que exigen educación gratis tienen
celulares bastante caros desde donde comentan mientras marchan. Los que no
pagan los pasajes de Transantiago, usan zapatillas cuyo precio equivale a varios
meses pagando pasajes ida y vuelta todos los días.
Esto hace pensar que, quizás, la gente está dispuesta a
pagar por productos, incluso mucho más que antes, pero no por servicios. Podemos
escuchar canciones pirateadas, bajadas gratis de Internet mientras usamos
celulares o audífonos carísimos para hacerlo.
Y ¿cómo afecta esto la evaluación social? Esta semana fue el
Congreso Nacional de Concesiones, organizado por COPSA. En él, un expositor
mencionó un proyecto que no pudo realizarse ya que sus potenciales usuarios, muchos
de ellos gente de ingreso alto, no estaban dispuestos a pagar peaje por algo
que ahora hacían gratis (ni siquiera considerando que el nivel de servicio
mejoraría considerablemente con el proyecto, y los tiempos de viaje
disminuirían).
Al mismo tiempo, en las autopistas urbanas y algunas interurbanas,
hay niveles de congestión elevados y la demanda parece casi completamente
inelástica.
Esto presenta un desafío mayor. Si bien siempre existió
incertidumbre al estimar la demanda que enfrentará cualquier proyecto que uno
realice, esta dualidad en la disposición a pagar de las personas, en que en
algunos casos no estamos dispuestos a pagar nada, mientras que en otros casos
la tarifa es prácticamente irrelevante ya que pagaremos de todas formas, hace
que predecir la cantidad de usuarios y beneficios que tendrá un proyecto sea
mucho más difícil.
Por esto, las estimaciones de demanda, si bien son muy
relevantes, no deben ser lo único a considerar. Se debe ser precavido ya que no
es beneficioso que un proyecto no tenga los beneficios que se había estimado
que tendría, ni tampoco es beneficioso que se inaugure un nuevo proyecto y ese
mismo día ya vea sobrepasada su capacidad.
Y para finalizar, retomo un punto tratado anteriormente (ver
aquí).
La semana pasada tuve el agrado de ir a las presentaciones
de algunos proyectos evaluados por alumnos en un curso de Evaluación Social de
Proyectos en una universidad. En los tres me pareció ver el mismo fenómeno, que
también puede observarse en profesionales dedicados por mucho tiempo al rubro.
En estos tres casos, los alumnos hicieron sus estimaciones de demanda lo mejor
que pudieron con la información que tenían disponible y evaluaron el proyecto
en base a esto. Lo que eché de menos, es que en ningún caso se cuestionaron los
resultados obtenidos. No se preguntaron si eran coherentes, razonables.
En las palabras de un gran economista, la evaluación social
es mucho sentido común con un poco de economía, pero, como dicen, el sentido
común es el menos común de los sentidos.
Debió salir Romney.............
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